Fría vagancia por Bogotá

Cuando salgo de viaje uno de mis principales temores es olvidar algo, por lo cual siempre estoy al pendiente de lo que debo de guardar en mi equipaje para no sufrir o pasar por alguna situación desafortunada después, sin embargo, en mi único (hasta el momento) viaje internacional, pasó, lo que por tanto tiempo había evitado sucedía en mi primer viaje fuera de México. 

Todo transcurría de forma normal, tan normal y con tanta emoción de estar disfrutando de mi viaje, que no me percate de mi olvido hasta el sexto día de mi aventura, cuando casi estaba por terminar.

Pero los pongo en contexto, el 3 de septiembre de 2019 hice mi primer viaje internacional, ¿mi destino? Colombia. 

Aterrizando alrededor de las 12 de la noche en el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, mi corazón latía a tope y mi emoción por estar en el país cafetalero era tanta, que no me permitió recordar de que había olvidado algo. 

Transcurrieron los días de mi viaje y yo seguía disfrutando al máximo mi visita en el país sudamericano, su exquisito clima fue factor fundamental para que yo no recordara absolutamente nada, y es que estar de manera diaria a unos 25 o 26 grados centígrados es un deleite, al menos para mi. 

Habían transcurrido ya 5 días y varios kilómetros de recorrido desde mi llegada al país cafetalero, cuando en mi viaje de Armenia a Bogotá (el cual haría durante toda la noche) dije “bueno aquí si hace frío, vamos a sacar la chamarra”…

Seguido de esa frase, mi siguiente expresión fue; “ya valio v… este pedo”, y es que en efecto, como se podrán imaginar, mi chamarra no estaba, y no era precisamente que la hubiese olvidado en algún lugar en el que había estado, sino que recordé precisamente aquel sillón viejo y desgastado en el que la había olvidado cuando salí de casa. 

Y es que la fortuna me había acompañado desde que salí del aeropuerto de Cancún, hasta ese preciso momento, pues en ningún transporte o lugar en el que estuve previamente hacía tanto frío que fuese necesario pensar en sacar algo que me abrigara. 

Mientras viajaba  en el camión con rumbo a la capital colombiana, mi solución fue ponerme encima par de playeras que tenía en mi mochila, las cuales tenían su destino marcado para otros días. 

Con mi mirada fija en los impresionantes acantilados de la carretera, mi mente seguía buscando una posible solución a la falta de suéter en mi equipaje, la solución más sencilla era que al llegar a Bogotá, me comprara una. 

Entre la fácil solución y la temeraria conducción del chofer a través de tan impresionantes carreteras, decidí cerrar mis ojos y evitar los malos pensamientos que estaban ocupando mi cabeza derivado de la gran habilidad del chofer para rebasar en carretera de un solo carril, en medio de la noche y  con tremendos acantilados a los costados. 

Buscaba una ruta más tarde, sin embargo, tomé la decisión de viajar en el Expreso Bolivariano  de las 9 de la noche, lo cual me hizo llegar a la ciudad capital a las 4:30 de la madrugada. 

¡Su p… madre! Fue mi primera expresión al cruzar la delgada línea de la puerta del autobús y salir a la fría ciudad. Saqué mi celular para observar a qué temperatura estábamos en ese momento, eran 9 grados con sensación térmica de 4, una grosería para mi cuerpo caribeño. 

Me apresure a ingresar al edificio de las llegadas en terminal de autobuses para cubrirme de aquel clima tan hostil, para mi sorpresa y a diferencia de donde vivo, a esa hora se encontraban abiertos diferentes locales dentro de este edificio, comida, tecnología para celulares y para mi suerte, algunos puestos de ropa. 

Decidí acercarme a uno de ellos y preguntar el precio de algunas chamarras que habían llamado mi atención, el costo de la más económica era de 50,000 pesos colombianos, algo así como 350 pesos mexicanos; lo cual no se me hizo caro, sin embargo, me puse a analizar si era realmente conveniente comprar esa chamarra, pues solamente estaría un día en la ciudad de Bogotá.

Después de detenerme a analizarlo por unos minutos, decidí aguantarme como los machitos, a puro valor mexicano y vivir  la ventura sin una chamarra que me cubriera de aquel tremendo frío. 

Para colmo mi habitación de hotel me la entregaban a las 12 del día, por lo cual tenía que esperar una 7 horas a que estuviese lista… No lo voy a negar, dormir en la central de autobuses pasó por mi cabeza, sin embargo, no tenía mucha seguridad de hacerlo, por lo cual decidí pedir un Uber y dirigirme a un lugar cerca de mi hotel. 

Grupo Selina fue mi primera opción para buscar alojamiento, pero al llegar al hostel me dijeron que no había habitaciones, y ahí estaba yo, a las 5:15 de la mañana caminando por las calles del centro de Bogotá buscando a través de google maps algún hostel que se encontrará cerca y que tuviera espacio para poder pasar algunas horas.

Con mi mochila a cuestas, con el cansancio de los días de viaje, tratando de evitar una pequeña llovizna y con los sentidos al máximo para poder observar todo a mi alrededor, camine cerca de 30 minutos siguiendo fielmente las instrucciones del mapa visitando al menos 3 hostales más, hasta que por fin, a la vuelta de donde me hospedaría unas horas más tarde, pude hallar un pequeño lugar para poder dormir un poco.

Era un hostal pequeño, bastante sencillo pero lo suficientemente bueno para dormir un rato, después de un par de horas de estar en el frío, de una montaña rusa en las carreteras colombianas, de un poco de incertidumbre de si iba a poder dormir un rato o no, y de poder disfrutar de la caótica capital de colombia en un estado de trance y quietud asombrosa, por fin me encontraba con la mirada al techo de aquel hostal preparándome para descansar unas 3 horas y poder seguir con mi viaje. 

¡Ah!, pero mientras empezaba a conciliar el sueño, antes de dormir me dije unas palabras; “No mms, como se te fue olvida la pinc… chamarra”.